Cristóbal siempre fue muy comprensivo conmigo.
Mi forma de ser, para mis amigos, podía resultar encantadora: mi entusiasmo, creatividad y compromiso cuando algo me gustaba de veras, o mi sentido del humor, hacían divertidos mis defectos: mi dificultad para concentrarme en algo que no me interesase lo suficiente, mis despistes, mi costumbre de llegar siempre tarde, mi incontinencia verbal (que a veces, sobre todo cuando era niño, me hacía inventarme historias, sin darme demasiada cuenta, hasta más tarde, de que lo que estaba haciendo era, básicamente, mentir como un bellaco), mi caos, mi excesiva sensibilidad física, mis dificultades para estarme quieto, mi gran actividad en múltiples redes sociales al mismo tiempo…