El «punto G», anatómicamente hablando, no existe. Lo siento. Pero no lo siento por mí, sino por ellos, dado que sí es posible que la estimulación de una zona (ni tan concreta, ni tan fija, ni físicamente diferenciada) de las paredes de la vagina produzca un maravilloso orgasmo sin igual, en determinadas circunstancias, pero ni es tan fácil como meter y apuntar, ni vale la excusa de «perdona, cariño, pero tu coño es un laberinto y no llevo GPS»…