La zona de confort es esa parte (o esas partes) de nuestra vida en la que nos sentimos cómodos, porque la conocemos y eso nos da una cierta sensación de control de lo que hay en ella.

Se ha hablado mucho (está de moda) de la necesidad de salir de esa zona de confort, pero yo quisiera hablar de una necesidad diferente: la de volver.

Nuestra zona de confort es, al principio, bastante pequeña. De hecho, cuando somos unos bebés, esa zona se resume en una palabra: Mamá.

En esa época todo lo que vivimos supone salir de nuestra zona de confort y esto hace que crezca, que nos sintamos cómodos cada vez en más situaciones diferentes, pero, con el tiempo, cuando ya somos adultos, nuestra zona de confort se hace lo bastante grande como para tender a acomodarnos en ella.

Si queréis saber por qué debéis salir de vez en cuando de vuestra zona de confort, y como hacer que crezca, podéis buscar algún video de autoayuda en youtube que os lo explique, pero, como decía, yo aquí voy a intentar recordar la razón por la que necesitamos esa zona de nuestras vidas.

Veréis, cuando una persona se enfrenta a cada vez más situaciones, está abierto a conocer a más personas, a reinventarse, a cambiar de opinión a tomar riesgos, la consideramos emprendedora (aunque esta palabra suene ahora muy empresarial), valiente… pero si, además, carece de cualquier tipo de rutina, si conforme va conociendo gente nueva se olvida de los amigos de toda la vida, o cambia de metas cada diez minutos, le consideraremos un loco, o, como mínimo, y hablando claro, un gilipollas.

Para eso necesitamos nuestra zona de confort. Para no volvernos gilipollas… Y para tener nuestro momento «Simba».

Y ¿qué carajo es eso del momento Simba? Pues algo parecido a eso de «algún día, hijo, todo esto será tuyo», pero ya en el día. Se trata de tomar perspectiva, de volver al punto del que partimos para poder apreciar realmente todo lo que hemos conseguido, no para acomodarnos o conformarnos, sino para entender de dónde sale ese empeño por salir de la zona de confort, que no se trata de arriesgarse por demostrar que hay huevos, sino de crecer, y de hacer crecer esa nuestra zona.

Todo esto no quiere decir que la zona de confort sea un paraiso: en tu zona de confort están tu pesada suegra, tu esclavista jefe, tus cuestas de enero, los suspensos de tus hijos, los tuyos y hasta esa escalera (todos tenemos una) de escalones raros en la que o te caes o pareces imbécil. Pero todo eso es tuyo.

No podemos apreciar el crecimiento en nuestras vidas si estamos empeñados en huir de ella. No tiene sentido decir cosas como «¡maldita zona de confort!» (en serio, la gente dice esas cosas… o al menos las escribe en twitter), o «¡no dejes que te atrape, tio!» (con un «tio» no en plan buenrollista, sino como entrenando a Rocky Balboa). Si no eres capaz (o no te da la gana… también es una opción válida) de arriesgarte, la culpa no es de tu zona de confort, sino de tu culo, que es el que no se mueve.

Sal de tu zona de confort, pero pásate a limpiarla de vez en cuando, no se te vaya a llenar de ácaros.