Soy una persona soberbia, pero aceptarlo me acerca a la humildad. Estos días estuve observando en mí, y en los que me rodean, la soberbia en su máximo esplendor, si bien en cada uno se manifiesta de forma distinta, en todos se tiene algo en común, no es aceptado.

Yo me veo soberbia a la hora de elegir una pareja, creo siempre merecer algo más de lo que tengo, también muchas veces me creo más inteligente, dulce, sincera y observadora que cualquier otra mujer, esos son lo momentos donde mi jactancia se vuelve completamente insoportable, y cualquier atributo que yo crea tener se empaña con esa maldita altivez.

Pero lo bueno de mi vanidad, es que la acepto y convivo con ella, por el contrario del resto que poseen esta impertinencia. Si bien nos sirve para autosuperarnos y no mantenernos en un estado de comodidad, muchas veces nos inundamos de una fatuidad que nos impide ver con claridad y objetividad, creyéndonos superiores al mundo y en condiciones de criticar de manera negativa a cualquiera.

Observé mucho la altivez de las personas, y sólo luego de un estudio exquisito y detallista concluí que la humildad es para las grandes personas, porque cualquier pequeño ser humano, puede ser, feo, estúpido, pobre, ignorante o lo que sea, será humilde de manera simple, ya que no tiene nada que presumir. En cambio, alguien verdaderamente grande, lleno de belleza, inteligencia, sabiduría, gracia o riqueza (sea espiritual o material) le será completamente difícil mantenerse en el bajo perfil.

Pero si aún bajo esa complejidad, logra tener una vida llena de algo que lo destaque del resto, sin un gramo de vanidad, entonces hablamos de una persona increíblemente grande. Por eso entiendo que la humildad es sólo para las personas sorprendentemente grandes.

Acepto ser soberbia, y sé que es el principio de mi humildad.

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