La tolerancia de la Iglesia

Probablemente os haya llamado a casa, en alguna ocasión, algún comercial de una compañía de telecomunicaciones. Quizás, además del hecho en sí de que os quieran dar una información no pedida, o la hora a la que lo hagan, os haya molestado que tengan la osadía de empezar pidiendo datos personales, como el DNI. Os diré porqué os lo piden. Para consultar si estáis en listas de morosos. Si a una empresa le va bien, y estáis en esas listas, cortará pronto la conversación, pues no sois de los clientes que más vayan a valorar, aunque, si no le va tan bien, antes de tomar una decisión, consultarán el objeto de vuestras deudas, si están o no relacionadas con su sector o, incluso aún estándolo, la cantidad debida. Porque, si no les va tan bien, necesitan clientes antes de empezar a juzgar cuáles de ellos son mejores para el negocio.

A la Iglesia católica no le va tan bien.

A raiz de las ambiguas declaraciones, extraídas del resumen del presente sínodo de obispos, parece existir la creencia de que la Iglesia está cambiando su discurso sobre la homosexualidad, que se está abriendo a una postura de mayor comprensión y respeto en este sentido. Y no es cierto.

Bien se aseguran de aclarar que no equipararían jamás el matrimonio de hombre y mujer con uno homosexual, de defender los derechos del niño en los procesos de adopción, diciendo sin decir, que siguen sin considerar bueno que sean adoptados por una pareja homosexual, de recordar la importancia de, por mucho que supuestamente se abra su mentalidad, respetar la doctrina tradicional…

Básicamente, el cambio es el de una postura más «políticamente correcta», disminuyendo los insultos públicos (que no cambiando las ideas personales), dejando entrar en la iglesia a los homosexuales, sin apadrearles ni nada por el estilo, al menos, hasta que hayan dejado su dinero en el cepillo.

No nos dejemos engañar por palabras vacías, de las que ya tenemos bastantes en congresos y senados, como para tragar con las de los altares.

«Si una persona es gay, y busca al señor, ¿quíen soy yo para juzgar?», decía el Papa, siendo compartido en múltiples espacios. «El Catecismo de la Iglesia católica ya lo explica», continuaba, haciendo referencia a textos en la biblia que condenan la homosexualidad. No necesita juzgarlo él, porque ya lo hacen las escrituras, quiso decir, pero bien sabía qué parte de la frase sería titular.

No les va tan bien. Necesitan clientes, pero seguimos sin ser considerados de los buenos. Y contratar ahora con esta compañia sólo conseguiría una cosa: que, efectivamente, no cambien jamás.

«Si una persona es gay, y busca al señor, ¿quíen soy yo para juzgar?», dijo. «Yo sólo recaudo», pudo concluir.

2 Comentarios

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  1. Para una vez q un jesuita hace algo bien…
    Con la entrada del nuevo Papa ha entrado una bocanada de aire fresco a la iglesia y eso hemos de admitirlo.
    Que la iglesia es un negocio y ya no es lo que era, también.
    Yo soy la primera que no comprendia que hacía un homosexual yendo a la iglesia o dando catequesis a otros, porque pensaba que esta también iba en su contra y por tanto me parecía algo incogruente.
    Pero… ¿Tan seguros estamos de que esto sea asi? ¿No será que no hemos sabido ver que se les pueda otra lectura?
    Y de no ser así, teniendo encuenta el origen, la fecha de la que data esto.
    ¿No pueden evolucionar? ¿Acaso no lo han hecho ya con otras cosas? Como permitiendo que las mujeres con descendencia previa, se casen. ( Madres solteras)
    Si eso se ha llegado a ver a día de hoy con normalidad por parte tanto de la sociedad como por parte de la Iglesia
    ¿No será sólo cuestión de tiempo que el matrimonio homosexual, también sea asi?

    • La sociedad, obviamente, fuerza a la Iglesia a avanzar, precisamente, como decía, para no quedarse sin fieles, pero que no me vendan como super tolerante al Papa Francisco, por unas frases cortadas por la mitad, cuando, mientras se llamaba Jorge, decía cosas como que «el matrimonio homosexual es una movida del diablo» y era una de las personas que más protestaban públicamente contra su legalización en Argentina (le habrá cambiado el nombre y el puesto, pero no creo yo que haya cambiado en tanto más). Será cuestión de tiempo, y, sobre todo, de lucha (las cosas que se han ido aceptando «con el tiempo» ni de lejos lo han sido sólo por el mero paso del mismo), pero si se frena esa lucha por dos palabras bonitas, sin un cambio profundo del discurso, mal vamos.




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