Creía que eras un enigma, que el hecho de no saber cómo conquistarte y de que me rechaces repetidas veces te hacía más interesante.
Como si fueras un desafío y te tuviera que descifrar, te miraba, estudiaba cada movimiento tuyo, intentando, ilusamente, conocerte, ver de quién era tu corazón, cuál era la verdadera razón para que no te entregaras a mi.
No te imaginas cuánto te estudié, incluso cuando no compartíamos el mismo espacio estabas en mi cabeza, ingeniaba tácticas para acercarme la próxima vez que te viera, o para que por lo menos me registres, incluso cuando dormía te encontraba en mis sueños.
En fin, pasé días, y muchas mas horas de un trabajo arduo tratando de descifrarte, y ni así encontraba la solución.
Entonces cambie de estrategia, como todo buen matemático hace, cuando un método no funciona para encontrar el resultado de una ecuación, se utiliza un nuevo método. Entonces intenté comenzar a estudiarte desde mí.
Observarme a mí frente a vos, mi comportamiento, y no tenía sentido nada de lo que hacía cuando se trataba de vos.
Estuve a punto de diagnosticarme locura, porque, en serio, nada de lo que hacía tenía cordura cuando se trataba de tu persona.
Pero, de a poco, por lo menos entendí el motivo de tu desinterés por amarme.
El problema no lo tenías vos por no observarme, sino que era yo la que me escondía. No me veías como soy, no sabías lo interesante y divertida que era, nunca te enteraste de todo el amor que tengo y mis ideas sobre la vida, que si te las hubiera mostrado, te deslumbrarían.
De esta manera, tuve que volver a empezar a estudiar el motivo de tu desinterés. Porque mi enigma ya no eras vos, entendí que mi peor enigma soy yo.
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