He llegado a esa conclusión tan obvia hace un segundo: nadie es perfecto. Pero a veces insistimos tanto en perfeccionar algún aspecto de nuestra vida que nos convertimos en títeres de nuestro sentido de la perfección.

Es importante ser coherente con nuestras ideas, pero, admitámoslo, es imposible serlo siempre. Nuestras ideas pueden ser muy lógicas y fuertes, pero nuestras emociones, nuestros deseos son mucho más variables, y ambas cuestiones son inseparables. Puedo estar en contra de la idea de tener prejuicios, pero eso no significa que no los tenga, puedo creer en la igualdad de sexos, y, aún así, tener metidos en mi cabeza varios estereotipos sexistas… pero es que nadie es perfecto, aunque presumamos de ello. No podemos cambiar eso, pero podemos admitirlo. Por eso, iré a algo más concreto: No soy perfecto.

En este blog he hablado, y seguiré hablando, de muchos temas: he hablado de feminismo, de homofobia, de ética profesional, de la necesidad de poner límites… Pero, a veces, es importante sólo admitir que uno no es el feminista perfecto, ni el perfecto homosexual en defensa de sus derechos, ni necesariamente tan estricto (aunque se intenta) en cuanto a cuestiones éticas se refiere. A veces, debemos permitirnos admitir que no somos perfectos, que no podemos serlo, para no acabar con nosotros mismos, con lo que realmente somos, imperfectos, por el empeño de querer ser otra cosa.

Esta es la entrada número 100 de este blog y, como idea simpática, había pensado escribir sobre algo que tuviese que ver con ese número: plantear 100 propósitos de año nuevo, ahora que se acerca esa fecha, aunque quizás sean muchos, cuando no solemos ser capaces de cumplir 5, o recomendar 100 series, que no debéis ver en una página de enlaces y no os podréis permitir en una de pago, o quizás hablar de algo que ocurriese hace 100 años…

El 9 de diciembre de 1914 nació Hildegart Rodríguez Carballeira, la perfecta mujer moderna, la perfecta feminista, la perfecta socialista… concebida y criada para ser perfecta, y asesinada 18 años después por su propia madre, cuando, a sus ojos, dejó de serlo.

Dentro de cada uno de nosotros, o, al menos, de los más perfeccionistas, hay una Hildegart, pero también una Aurora Rodríguez, una parte obsesionada con desarrollar lo mejor de nosotros mismos hasta llegar a la perfección, o a fallarnos tanto como para acabar destrozando todo lo bueno que hubiese en nosotros.

Por eso, no olvidéis nunca eso: nadie es perfecto. Y dejad que vuestra Aurora interior haga lo que cualquier madre debería: quereros, así, como sois, como somos… imperfectos.