Siempre he tendido a ir en sentido contrario, por decirlo de alguna forma, aunque no limitándome a seguir el camino opuesto del corriente o del esperado… no soy tan simple. Más bien, mis contrariedades parten de moverme siempre en los términos medios, aunque no en aquellos donde se encuentra la verdad, sino en esos otros llenos de pequeñas mentiras… Siempre tropezando, no dos, sino diez veces en algunas piedras, pero con demasiada prudencia como para llegar a tropezar con aquellas por las que, probablemente, hubiese caído en blando, mientras otras, pequeñas pero molestas, se acumulan en mi zapato. Siempre con aquello de que «menos es más», aun sabiendo que menos aún es nada… Siempre hasta que conocí a Cris…

Y ya llevo la contraria, empezando por el final, aunque fuese más bien el principio. El principio de la vida tal y como ahora la concibo, el principio de mi verdadero camino, el principio de la vida, sin más, y sin más la vida llegó a su final… pero eso aún no estoy preparado para contarlo.

Me encanta el arte en todas sus formas (a veces también he pecado de apreciar con demasiada facilidad el de la forma humana), y hace unos años entré en un curso intenso de un año. Cuando digo intenso, no digo intensivo, digo intenso. Allí hice amigos y amigas y alguna relación indefinible entre la amistad y otras cuestiones (más términos medios llenos de mentiras). Y allí conocí a Cris.

La primera vez que nos vimos todo fue absolutamente claro. Supimos en ese momento que algo habría entre nosotros y que merecería la pena y que sería importante. Como suele pasar, la segunda vez ya lo teníamos menos claro y, poco a poco, tuvimos que volver a convencernos, porque, por mucho que las primeras impresiones sean las que cuentan, poco habría que contar si no fuéramos capaces de cambiar las impresiones una y otra vez, hasta volver al principio… aunque yo tienda a empezar por el final. Prueba de ello es que aún ni me haya presentado…

Me llamo Raúl. Hablar de cuando nací o de dónde procedo es hablar de mi familia y, por mal que suene, esa no es más que una de las piedras del zapato, pero hay que empezar por algún lado.

Tengo 2 o 3 hermanos. Si, sé que es una imprecisión extraña…

Mi madre estaba casada, tuvo dos hijos, y se divorció después de tener un «desliz» del que nací yo. Él (su marido no, el cómplice de la infidelidad… cuánto padre para tan poca figura paterna), también casado, no se divorció y hasta, pocos años después, tuvo una hija. Así que tengo 2 o 3 hermanos… o ninguno. Con mis dos «hermanos» mayores tuve el contacto propio de quien es considerado, por todos menos su madre, un simple bastardo: un recordatorio del desastre y la vergüenza… y a mi hermana ni siquiera la conocía (ni él ni mi madre tenían un gran interés en que nos conociésemos… ni en volver a verse ellos, ya puestos).

Conocía, en pasado, y hermana, sin comillas, pero eso sí que es empezar por el final.

Al segundo intento empezaré por el principio (esperar a la tercera para la vencida es demasiado corriente para mí), o, al menos, por un término medio, quizás, por una vez, de los que albergan la verdad, aunque ya se sabe que las primeras impresiones son las que cuentan al final…

Cris, te echo de menos.

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