Cristóbal era un hombre prudente… o, mejor dicho, intentaba serlo. Eso incluía haberse propuesto el no liarse a la ligera con uno de sus alumnos, aunque se hubiera enamorado de él (de mí) nada más conocerlo.

No suelo estar tan seguro de mí mismo, pero era perfectamente consciente de que Cris estaba en ese «quiero y no puedo»… y yo estaba en un «quiero y puedo esperar» (aún no sabía valorar, como ahora, el tiempo que tenemos…), pero se hacía duro (literalmente…).

Nunca he sido un tipo muy sexual. No digo que no disfrute del sexo, ni que no pueda ser muy pasional cuando lo practico, pero no lo suelo buscar con ansia, ni contar los días que hace que no echo un polvo, pero cuando tienes tantas ganas de alguien, al final, acabas teniendo ganas de cualquiera… Y ahí estaba Carlos…

Es curioso ese efecto por el cual, cuando quieres que alguien se fije en ti, no parece hacerte mucho caso, pero en cuanto pasas de él porque te interesa más otra persona, se te empieza a pegar cual lapa. Carlos empezó a estar así, acercándose a mí más de lo que resultaba necesario y conveniente, y yo empezaba a plantearme muy seriamente la lógica de esperar a Cris sentado, pudiéndole esperar tumbado, que estaría más cómodo. Así que me dejaba querer un poco…

No terminaba de entregarme a los placeres de la espera activa y Rocío no me entendía. Nada le conté de mis sentimientos por Cristóbal (pensaba que conocerle había sido como un sueño y que decirlo en voz alta podía hacerme despertar) y ella estaba entusiasmada con su idea de las «dobles parejas». Ella y Diego (el amigo de Carlos) por fin habían pasado a tercera base (¡cuánto daño han hecho las series americanas en nuestra lengua!) y ahora, ambos, estaban decididos a convertirse en alcahuetas.

Tal era su empeño, que consiguió convencerme de que me apuntara con ella a un taller de iluminación de estudio fotográfico, sólo porque Carlos también iba a estar.

Rocío: ¡Venga! Te da créditos.

Raúl: Ya tengo todos los créditos necesarios con las optativas.

Rocío: Pero si suspendieses alguna tendrías con qué cubrirte las espaldas.

Raúl: Bueno, vale.

En una de las clases de Cristóbal, propuso hacer un trabajo en equipo, por parejas. Lo normal es que yo lo hiciese con Rocío, pero entonces Carlos sacó las garras y me habló en medio de la clase…

Carlos: ¡Raúl! tú vas a ser mi pareja, ¿verdad? (con un tono de perra en celo que daba miedo)

Mi cara fue de sorpresa… la de Cris, indescriptible. He intentado ponerle celoso muchas veces para poder ver esa expresión de nuevo, pero nunca lo logré. De repente, lo vi clarísimo. Ahí tenía a Carlos, dispuesto, dispuestísimo, y a mí, salido como nunca…

Raúl: No, no puedo

Rocío: Claro, vas conmigo

(Todo esto todavía en alto y en clase…)

Raúl: No, contigo tampoco.

Cristóbal: ¿Por?

Raúl: Porque voy a dejar tu asignatura

Rocío: ¿Qué? Si te encanta… ¡deja otra!

Cristóbal: ¿Tienes créditos suficientes si la dejas?

Raúl: Sí

Rocío: ¡Pero dile que no la deje!

Cristóbal: Es que prefiero (mirando a Carlos para marcar terreno… no es muy celoso, pero me pone mucho cuando le da por ahí) que sea mi pareja…

La cara del resto de alumnos ahora mismo tampoco era muy normal, pero la mía os la podéis imaginar. Cris no pudo más y justo al salir del aula me pidió que le acompañase a su casa (esa noche sí fui «un tipo muy…»). Apenas salí de esa casa, salvo para ir a clase, en lo que quedaba de curso. Y, al terminarlo, en lugar de volver a mi casa, me mudé allí

Cerca de un año después, en julio de 2005, salió cierta ley que fuimos de las primeras parejas en aprovechar… Jose Alberto (mi amigo de toda la vida) y Rocío (mi socia) fueron mis testigos…. Y así, fuimos felices y comimos perdices… hasta que la muerte nos separe…