Cristóbal siempre fue muy comprensivo conmigo.
Mi forma de ser, para mis amigos, podía resultar encantadora: mi entusiasmo, creatividad y compromiso cuando algo me gustaba de veras, o mi sentido del humor, hacían divertidos mis defectos: mi dificultad para concentrarme en algo que no me interesase lo suficiente, mis despistes, mi costumbre de llegar siempre tarde, mi incontinencia verbal (que a veces, sobre todo cuando era niño, me hacía inventarme historias, sin darme demasiada cuenta, hasta más tarde, de que lo que estaba haciendo era, básicamente, mentir como un bellaco), mi caos, mi excesiva sensibilidad física, mis dificultades para estarme quieto, mi gran actividad en múltiples redes sociales al mismo tiempo…
Pero, cuando convives con alguien, en algún momento, esa incapacidad para organizarse, para recordar tareas rutinarias, para cumplir compromisos sociales, esa sensibilidad exagerada, o incluso esa, tan aparentemente positiva, concentración absoluta en lo que me provocase suficiente interés, que podía hacer que me olvidase de cualquier otra cosa (incluyendo al hecho de prestarle atención a mi pareja), empieza a agotar.
Aunque Cris intentase entender que yo era así, y que así me compró, el verle disgustado me hizo pensar en acudir a terapia de pareja. Yo mejoré mi comportamiento y se relajó un poco, haciéndose aún más comprensivo (ahora con una razón para serlo), al diagnosticárseme el TDA (Trastorno por Déficit de Atención).
Tras ese bache, y pese a ese hándicap, nuestro matrimonio fue ideal. Nunca he sido tan feliz como con él, ni tan infeliz como al perderle…
Una de las consecuencias del TDA (aunque antes siempre lo había relacionado con simple torpeza), es que no soy nada bueno conduciendo. Básicamente no me doy cuenta de lo que pasa a mi alrededor, además de que tiendo a ir demasiado rápido. Eso lo sé por las clases en la autoescuela, aunque, en realidad, nunca llegué a sacarme el carnet. Eso hacía que, a veces, cuando Cristóbal salía de trabajar, y por muy cansado que estuviese, antes de ir a casa, pasase a recogerme a mí al lugar en el que estuviese trabajando (cambiaba mucho de trabajo por aquel entonces).
Tan cansado estaba un día, que se durmió al volante… y nunca despertó.
Si un duelo es duro en cualquier caso, en alguien tan capaz de olvidar todo lo demás (incluido comer) por la concentración en una tarea concreta, llorar, sentirse culpable o querer desaparecer del mundo, se convertían en tareas muy absorbentes. Pero también, cuando un sentimiento te supera de esa forma, cualquier cosa que creas que puede aliviarte se puede convertir en una obsesión.
No podía, no sabía vivir sin Cristóbal. No tenía a nadie, o esa sensación me daba. No tenía nada… salvo una hermana. Una medio hermana a la que ni siquiera conocía, para ser exactos.
Así que, tras meses sin salir de casa, meses que prefiero no narrar con detalle, pues me duele demasiado, no me decidí a ir a buscar trabajo (el último lo perdí por no ir), o a algo tan simple como ir a la compra o tomarme algo con algún conocido. Busqué la localización de Rita, hice una maleta y fui a buscarla.
La encontré en una sala de conciertos, La Charade, aunque esa noche ni siquiera pude verla (esa noche hubo un pequeño incendio en el local y lo desalojaron antes de que hubiese tenido oportunidad de hablar con ella), aunque encontré a alguien que me acogió mientras esperaba al mejor momento para intentar un nuevo acercamiento… pero eso ya lo descubriréis en su momento, que no quiero fastidiarle la historia a mi hermana…
Escriba aquí su comentario (puede hacerlo anónimamente, sin dar ningún dato). Deberá ser aprobado antes de su publicación: