Sexo en Rita. Capítulo 14: El equipo

Después del incendio, y aunque no había llegado a causar suficientes daños como para tener el local mucho tiempo sin abrir, había más gastos que compensar en el bar y eso hizo que Ruth y yo nos esforzásemos mucho porque las cosas saliesen bien.

Renata había estado unos días ingresada tras su crísis y habíamos acordado que se tomase unos días más libres, sin estrés, en casa de su madre. Y Rebeca también tenía lo suyo. Su ex-novio y ex-socio, Joaquín, siempre me pareció el tipo de persona que, aún no siendo mala persona, no es del tipo al que confiar tus bienes. Antes de que la sociedad que habían tenido se disolviese, él había realizado ciertas «transacciones sospechosas» a nombre de dicha sociedad, con lo que ahora Rebeca se veía salpicada de esas sospechas, teniendo que contratar un buen abogado y sin mucho tiempo ni fuerzas como para encargarse del bar.

Fue una época de mucho trabajo, pero también la recuerdo con cierto cariño, pues fue cuando tuve la oportunidad de relacionarme más intensamente con los miembros del equipo de La Charade.

Erny tenía su puntito bipolar, sobre todo con Renata (que lo mismo preguntaba «¿cómo anda mi Renatilla?» con cara de cordero degollado, que se ponía a despotricar de «la bruja loca esa que casi quema el bar»), pero también con el resto del mundo: su mejor amigo al día siguiente era un capullo, un cliente habitual por el que ponía la mano en el fuego, la siguiente noche no entraba porque no le daba buena espina. En realidad, como portero, me parecía hasta un poco peligroso… Además, era un metomentodo: aunque no fuera ni bueno de portero, se pasaba la vida intentando enseñar a relacionarse a la relaciones públicas y a servir a los camareros. O se inventaba la mitad de las anécdotas (cosa probable) o había tenido una vida muy extraña (cosa igualmente probable). Era un plasta, y su pinta de Makinavaja venido a menos no ayudaba a darle seriedad… Pero era imposible no cogerle cariño.

Para hacer bien el trabajo en la puerta confiaba más en Alfonso, la verdad. Era un tipo serio… ¿He dicho serio? ¡Ni de coña! Era un tipo formal, eso sí, pero de serio nada: lo mismo te contaba el chiste más viejo del mundo, pero con gracia, que te interpretaba un monólogo completo (de hecho, algunos domingos, salía al escenario para hacerlo), que te imitaba a los personajes de “futurama”… Además era una de las personas en quien más sentía que podía confiar (no sólo dentro del bar): honorable, discreto… Si fuera mi madre, le querría de yerno (aunque, para la mayoría de las chicas, pensar en que un hombre recibiese la aprobación de nuestras madres sea la definición de lo anti-erótico).

Dentro del bar, mi mano derecha era Francisco. Él sí era serio. Y absolutamente hermético. Un gran trabajador, creo que buena persona también, atento, despierto, pero un misterio en todo lo que no fuera puramente profesional. Era frío, distante y muy celoso de su intimidad. Me inspiraba total confianza en la gestión del bar y del hostal, pero… ni siquiera era capaz de indicar preferencia en cómo quería que le llamásemos (y ¿hay algún nombre que de pie a más diminutivos que francisco?).

Todo lo contrario que Andrés. Él no era discreto. Era un niño grande. Lo que, cuando me enrollé con él, me había acabado pareciendo superficial, ahora me parecía más bien enternecedor. Era refrescante la forma feliz en que se tomaba la vida… aunque, como todo niño, también tuviese sus rabietas…

Aunque la verdadera benjamina del grupo era Clara, la relaciones públicas. La niña más dulce que he conocido jamás. Una romántica incurable e inocente… aunque bien podría no serlo: su vida no había sido nada fácil y, en muchos sentidos, se vio obligada a madurar de golpe, pero de alguna forma siempre consiguió mantener su esencia de hada buena, tierna, ingenua… un poco cursi a veces.

Y ambos habían encontrado la figura de un hermano mayor, o incluso un padre, en Antonio. Un hombre fuerte, sencillo, algo tímido, trabajador, sensible, educado, clásico, protector, con el que yo a veces no podía dejar de imaginarme teniendo un par de churumbeles a los que enseñábamos a cultivar hortalizas y a ordeñar a las vacas… Aunque yo andaba pastando en otro prado…

En los ratos libres que me dejaba el trabajo en el local, me había acostumbrado a desahogarme con una última copa antes de cerrar e irme a casa… Ale, el repartidor de cervezas que, amablemente, me llevó al hospital para ver a Renata tras el incendio, vino tras eso cada noche justo antes de la hora de cierre del bar, y cada noche le invité a quedarse a tomar conmigo esa última copa…

Aún no sabía que había pasado exactamente la noche de la pre-inauguración con Ángel, por lo que prefería ya no tomar más de una copa ninguna noche. Prefería recordar lo que pudiese pasar, sobre todo, si como en el caso de mi vecino, iba a encontrarme con que dejan de hablarme en lugar de refrescarme la memoria. Así era, Ángel no me hablaba desde la noche del incendio. No puedo negar que eso me afectase, y que no supiese en ese momento muy bien de qué forma es que me afectaba, pero, finalmente, y sin necesidad de más alcohol que esa copa, con Ale pasó lo que tenía que pasar y que podía recordar (y repetir) cuando quisiese…

2 Comentarios

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  1. Hola Andrés!
    Me encanta como escribes. Mientras leía el relato podía visualizar todas las escenas. El arte de la escritura no tiene otra función que adentrarte en tu propio mundo bajo una imaginación que se acaba convirtiendo en realidad.
    Comparto esta entrada.
    Un abrazo!

    • Muchísimas gracias por el comentario y por compartirlo. Debo decir que me hace ilusión tu comentario, porque es el primero en un capítulo de la historia de Rita, e, inicialmente, eran precisamente estas historias la esencia del blog (los artículos son casi sólo excusas para conseguir que la gente entre a leer algo autoconclusivo y, así, pueda engancharse a leer las historias, jeje)




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