Tuve miedo. La palabra «fiesta» me aterrorizaba.

La primera fiesta de La Charade fue la pre-inauguración, momento en el cual no recuerdo qué pasó con Ángel, pero sí sé que, a raiz de ello, ya no me habla. La siguiente fue la inauguración oficial, en la que Renata quemó parte del local… ¿Y ahora querían otra? ¿Tan pronto?…

Ese viernes iba a ser el cumpleaños de Ruth y a Andrés se le ocurrió que debíamos hacer algo especial en el bar como celebración. Por supuesto, y siendo Ruth el tema central del acontecimiento, la idea acabó irremediablemente relacionada con el consumo abusivo de alcohol. «Repartiremos chupitos gratis con cada copa». Ni siquiera recuerdo quién dijo esa frase, pero sí el pavor que me provocó el que a esa «fiesta», palabra, en ese momento, bastante terrorífica por sí misma, se unieran otras, preocupantes siempre que aparecen combinadas, como «Ruth» y «chupitos»…

No pude frenarlo, pero tomé precauciones…

El primer paso era eliminar factores de riesgo. Si mezclamos a Ruth y a mí con una excusa para beber mucho alcohol, los resultados suelen ser no aptos para menores de edad, de 30 años de edad, y, normalmente, un tanto avergonzantes al ser recordados… por otros… nosotras no solíamos recordar demasiado. Y ¿delante de quién prefería no sentirme tan avergonzada? De Ale, no al menos en ese punto de la relación. Aún no estaba preparado para verme así, por lo que le presenté la fiesta como un suplicio estresante, en el que lo último que necesitaba eran distracciones, y del que saldría muy tarde por la necesidad de recoger. De esta forma, le convencí de que no fuese por el bar esa noche, ni a la fiesta ni, como era normal en él, a la hora de cerrar.

Lo siguiente fue añadir un concierto a la fiesta. ¿Contraproducente? No. El concierto no acarreaba más peligros, pero eliminaba uno: Rebeca. Si las tres juntas nos poníamos a beber como locas, en algún momento, pasaríamos de grupo de amigas juerguistas a aquelarre satánico, pero, aunque Rebeca podía ser tan descontrolada y salvaje como Ruth, si era el momento de serlo, también era lo bastante responsable como para mantener la cordura si tenía que trabajar. El concierto la mantendría ocupada y, por tanto, centrada y sobria.

Aún no habíamos encontrado un técnico de sonido que nos gustase lo suficiente como para hacerle fijo, así que íbamos buscándolos para cada concierto. A alguien se le ocurrió que, la mejor manera de que Ruth pensase que era un concierto normal, y sorprenderla con la fiesta de cumpleaños, era mantenerla ocupada mandándole a recoger al técnico. Cuando llegase, le sacaríamos una tarta que había traido Andrés, antes de abrir las puertas del local para que pasasen los clientes, y le confesaríamos que la fiesta de esa noche era en su honor.

A ello fue… pero no volvía. Nos comunicamos por mensajes, en los que le preguntaba dónde estaba y por qué aún no había llegado, cuando el grupo ya se estaba impacientando por la necesidad de que las pruebas de sonido se hiciesen, preferiblemente, en algún momento anterior a que el concierto empezase. Ella no respondía nada salvo «No te preocupes. Yo lo arreglo».

Al rato llegó un chico italiano, llamado Enzo, y que no era el técnico que habíamos contratado, diciendo que era amigo del otro y que le habían mandado a sustituirle.

La prueba se hizo, las puertas se abrieron, el concierto empezó y yo seguía recibiendo, como respuesta de Ruth a mis mensajes, frases del tipo «ya estoy saliendo», que, traducido del idioma de Ruth, quiere decir «No me esperes de pie».

La cuestión es que me lo pasé bien y, finalmente, todo fue sobre ruedas. Tanto que, terminando la noche, Rebeca me informó de que ya teníamos técnico de sonido en plantilla.

En algún momento de la noche, no sé bien ni cómo, me relajé, lo disfruté. Y, cuando ya estábamos cerrando, apareció Ale, ofreciéndose a ayudar en ese duro esfuerzo de recoger que me iba hacer salir tan tarde, y alguien más: Ruth.

Rita: ¿Qué ha pasado con el técnico?

Ruth: Que estaba demasiado bueno como para compartirle.

Rita: ¿Has estado toda la noche follando?

Ruth: Puede ser.

Rita: ¿Y los mensajes me los mandabas entre polvo y polvo?

Ruth: No necesariamente….

Rita: Olvida esa pregunta… No necesito detalles… ¡Andrés! ¿Dónde ha quedado esa tarta?

Ruth: ¿Tarta?

Rita: ¡Feliz cumpleaños!

Andrés se había currado una tarta perfecta para Ruth: un bizcocho borracho circular, relleno de crema, cubierto de chocolate negro y con un dibujo, hecho con sirope de fresa (y mucho arte), del logotipo de Jägermeister. Sencillo pero efectivo.

Nos lo pasamos genial esa noche. Me lo pasé genial.

A la mañana siguiente y (misteriosamente, pero haciendo que siguiese recordando la noche como perfecta) sin que notase resaca alguna, recibí una llamada de Iris, la madre de Renata, preguntándome si estaría bien que nuestra pirómana amiga volviese al trabajo.

Si me hubiese llamado un día antes, y por mucho que quiera a Renata, me habría asustado, pero a veces las cosas que más temes son las que mejor salen… Renata podía volver.