Se acercaba la navidad y eso significaba, necesariamente, otra fiesta. Aunque en este caso fue algo bastante normal y medianamente tranquilo, pero los preparativos sí fueron algo más estresantes…

Renata volvió.

Preparar una fiesta de navidad supone definir una decoración adecuada, pero elegante. No queríamos poner un arbolito en la esquina y vestirnos de mamás noeles guarrillas, queríamos crear un ambiente completo: ese ambiente de clásica película de la época que comenzase con un hombre mayor a punto de narrar una hermosa historia a sus nietos.

Decoraríamos el escenario para convertirlo en la enorme chimenea que sirviese de centro de reunión, colocaríamos algunos grandes sillones antiguos y el árbol en la zona del bar y un montón de cajas de regalos que sortearíamos a lo largo de la noche. Esos regalos eran, mayoritariamente, camisetas con un diseño específico para el momento y calendarios con fotografías de algunas de nuestras fiestas o del personal… Decoración, diseño, fotografía… Todo responsabilidad de Renata.

No había vuelto en un momento en que pudiese mantenerse desocupada, adaptándose lentamente a la vuelta al estrés, sino en un momento en el que realmente necesitábamos de su trabajo, aunque, dadas las circunstancias, no sin algo de supervisión…

Así que pasé esos días pegada a ella como una lapa. O, más bien, como un molesto tití vigilando lo que hacía saltando sobre sus hombros. «¿Qué haces?», «¿puedo verlo?», «¿cómo lo llevas?», «¿qué tal vas?», «¿necesitas algo?»…

Hasta que, más tarde de lo que yo misma lo hubiese hecho (visto con perspectiva, fui muy pesada), explotó:

Rita: ¿Todo bien?

Renata: ¡No me hables como mi madre!

Rita: ¿Qué…?

Renata: Rita, lo siento, de verdad, por todo. Sé que hice algo terrible y puedo entender que estés asustada, pero necesito que confíes un poco en mí, que me dejes un poco de espacio y, sobre todo, que dejes de tratarme como si fuera un objeto frágil a punto de romperse. Estoy mejor, estoy bien, y lo único que quiero es que dejes de hablarme como una madre preocupada, pendiente de protegerme y de educarme para que sea buena, y empieces a ser de nuevo mi amiga, la que me cuenta qué tal está, la que me habla de sus relaciones… Aún no me has hablado de ese chico (Ale, ¿verdad?), y eso es lo que necesito ahora mismo, que me cuentes cosas, que me hagas sentir de nuevo en casa, no en libertad condicional.

Nunca había escuchado a Renata soltar un discurso tan firme, tan sensato y tan coherente. Después de su crísis, algo había cambiado en ella.

No es que todo fuese a estar ya siempre bien. Renata tenía una enfermedad mental, y no estaba curada, pero, al menos en ese momento, lo tenía bajo control.

No soy ingenua ni especialmente optimista, no creía que pudiese despreocuparme del todo. Sabía que debía estar atenta a las señales de que llegase uno de sus peores momentos, pero Renata tenía razón.

Cuando quieres a alguien con quien sabes que habrá muchos altibajos, que tendrás que pasar por momentos duros, es importante estar atentos… pero es incluso más importante aprender a disfrutar al máximo de los momentos buenos…

Rita: Sí, Ale se llama… La cosa va bien, creo…