Veo poca televisión, pero tengo un vicio inconfesable: los programas de reformas, venta o compra de casas en Divinity. Desde amar o vender tu casa, hasta comprarte una casa de mierda que unos gemelos te conviertan en un palacete, los veo todos. Gracias a ellos, sé qué son cosas que jamás pondré en mi propia casa, como la isla de la cocina o las puertas francesas. Y por ellos es que, cualquier reforma tan estúpida como cambiar un mueble de sitio, me parece una aventura.

Desde que os cuento mi historia, nunca os he descrito mi casa, la que me dejaron mis padres, con detalle. En realidad, no es una casa tan diferente a las que salen en esos programas. Después de todo, tiene un jardín y una valla blanca, y una puerta grande en ella, al lado de la de las personas, para meter el coche (que se queda ahí, dentro de la propiedad, pero al aire, que aún me faltaría tener un garaje/trastero, donde arreglar las tablas de surf… Sí, veo también muchas series americanas).

Pasado ese jardín, la puerta de entrada a la casa no tiene cristales, porque, de verdad que no lo entiendo: o en américa se gastan una pasta en alarmas del quince, o aquí somos más chorizos…

En el interior, a la izquierda de la entrada, puede verse un amplio salón con una cocina americana (pero con un fregadero normalito, que no tiene una trituradora en la que se me enganche el pelo cuando me ataque un asesino en serie ni nada) al fondo, al frente están las escaleras a la segunda planta, y, a la izquierda, dos puertas que llevan a un baño y a mi despacho, con un escritorio, una estantería y un sofá-cama.

En la planta de arriba, tres dormitorios (dos grandes y otro algo más pequeño), otro baño y una pequeña habitación, hasta ahora, sin el más mínimo uso (mis padres la tenían de trastero, pero yo tengo menos cosas).

Hasta ahora, sin necesidad de reestructurar nada, Ruth y yo ocupábamos los dos dormitorios grandes, pero la llegada de dos habitantes más, hizo necesario cambiar algunas cosas… Sí, dos más.

Rebeca había tenido algunos problemas legales, por operaciones que su ex-novio y ex-socio había realizado en nombre de su empresa común. Ella había evitado toda responsabilidad penal derivada de las acciones de Joaquín, pero no tanto las económicas. Las deudas eran de la empresa, y eso las convertían en parcialmente suyas. Le iba bien, con lo que sacábamos de la sala (aunque, por el momento, era poco, habiendo tenido que compensar muchos gastos) y su otro trabajo, en un parque infantil, pero necesitaba ahorrar de algún lado, y si ese ahorro podía ser del alquiler, estupendo. Ella ocupó el tercer dormitorio de la segunda planta.

No sabía cuánto tiempo pensaba quedarse mi «nuevo» hermano, Raúl, pero, después de todo, esa también era la casa de su padre, también era su herencia, así que no iba a dejarle el sofá-cama de un despacho, en el que, además, yo tuviese que entrar a menudo para trabajar.

La pequeña habitación sin uso de arriba era muy pequeña como para ser un dormitorio confortable, pero sí me parecía suficiente como despacho, así que el cambio fue sencillo… pero una aventura al más puro estilo divinity.

Subí los muebles del despacho y, para decorar la habitación de abajo para Raúl, aunque, en verdad, no quisiera, le consulté a él.

Rita: Podemos ir a ver muestras de papel pintado…
Raúl: No, gracias… la pintura está bien.
Rita: Conozco una tienda de antigüedades…
Raúl: No te preocupes, ya me encargo yo.
Rita: Déjame hacer algo, al modo de los programas americanos, que no tengo muchas oportunidades de hacer reformas…
Raúl: No me van esos programas americanos… lo decoraré al modo sueco.

¿Seguro que somos hermanos?