«No es muy sociable, pero es buena chica», «Es buena, pero tendría que esforzarse», «Solo está un poco perdida, pero tiene buen fondo», «Está triste, pero es responsable, generosa y de confianza»… Esa no es Ruth. Esa soy yo, antes de Ruth.

Ruth es más de las que intentan decir que «las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes», pero se le lengua la traba antes de terminar la frase, se ríe, se da la vuelta, se va y vuelve con un maromo con el que vuelve a perderse después y que aparece desconcertado al cabo de un rato, sin que nadie sepa donde acabó ella.

Yo ya estaba en ese punto en el que me dejaban salir con cierta libertad controlada: Nos dejaban a las 17:00 horas en la ciudad y nos recogían en el mismo sitio a las 22:00. Rebeca hacia ya meses que había salido (alguna vez quedó conmigo, pero no tenía muchas ganas de ver a la gente del centro y en un momento dado me dijo que ya nos veríamos cuando saliese, a sabiendas de que no quedaba mucho para eso) y Renata no tenía las mismas libertades que yo. Así que yo salía sola, y como Renata había conseguido transmitirme un nuevo miedo a la muerte, en lugar de buscar alguna forma creativa de suicidio, iba a mirar una concurrida carretera para ver si moría alguien, si sufría mucho y si era o no tan malo… porque la vida seguía dándome mucho mas miedo.

A las 21:45, cuando me disponía a volver, escuché el grito desgarrador «¡¡para, para, para, para, para!!» de una chica que al frenar al fin justo frente a mi, me dijo «Hola, ¿qué taaaaal? ¡Sube!». Me quedé desconcertada un momento, pero la reconocí: la había visto en desintoxicación cuando trabajaba allí con Rebeca. Así que subí, pensando que lo que me proponía era acercarme al punto de encuentro… Precipitada conclusión…

Aunque una parte de mí pensara «nos van a echar una bronca tremenda, deberíamos irnos», lo cierto es que no mostré ninguna de esas quejas y, simplemente, me dejé llevar a un festival de música indie con grupos que no me sonaban de nada, pero que resultaron estar bastante bien (había uno con nombre de cereal o algo así que molaba bastante).

La mayoría del tiempo, Ruth estaba entre bastidores, hablando con los grupos que conocía, conociendo a los demás y bebiéndose su alcohol, pero en un momento dado se unió conmigo al público. Vimos a un chaval (un rubio) con un tatuaje interesante y nos quedamos las dos mirándole con gesto libidinoso. Ella hizo un comentario y a mí no se me ocurrió otra cosa que decir que «¡eres tan zorra como yo! por eso me caes bien»… Esa frase fue el principio de una amistad marcada por la juerga y el puterío más extremo, así como por el gusto por los mismos hombres (un día vamos a tener un problema con eso).

A partir de ese punto era yo la que empezó a querer conocer a los grupos e iba bebiéndome los pocos restos que dejaba Ruth (creo que jamás la he visto del todo sobria… ni siquiera en el centro).

Llegamos al centro a las 12:00, recién comidas (y no, no me refiero a un almuerzo temprano, sino a unos músicos tardíos), pensando en lo que íbamos a decir. Me confesó entonces ella que me había arrastrado para este momento: yo era la chica buena y cualquier excusa en mi boca sería más creíble, «pero no eres tan buena: eres tan zorra como yo»… No hubo excusas… ni piedad: iba a salir en dos semanas y tardé un mes, pero no cambiaría esa noche (ni las que hemos compartido después) por nada del mundo.

Y así tuve tiempo de conocer a Jesús (no, no me volví religiosa… pero eso es otra historia).