¿Habéis tenido alguna vez la sensación de que lleváis demasiados días pensando sólo en cómo seguir ese día? Probablemente, si la respuesta es que no, os irá bien, porque es una sensación peligrosa, que puede llevaros a hacer alguna locura… como decidir que no merece la pena.

La primera vez que pensé en el suicidio pensaba en el presente: vivía en Tarancón (Cuenca), con mis padres y siendo menor de edad (o sea, sin poder irme)… Si necesitáis más explicaciones, es porque nunca habéis vivido en Tarancón… (o porque encontrasteis la forma de fumaros una morcilla y os hizo feliz).

La segunda vez también era por una circunstancia temporal: era adolescente…

Pero cuando no sólo te dejas superar por el presente, sino que haces balance del pasado, intentas imaginar tu futuro y quieres morir, tienes un problema de verdad.

Cuando salí del centro, terminé mis estudios. Siempre había adorado todo lo artístico: literatura, dibujo, fotografía o, por supuesto, la música… así que estudié económicas (siempre me ha gustado llevar la contraria, incluso a mí misma). Conseguí un trabajo y me fui de casa, aunque iba a visitar a mis padres a menudo… bueno, una vez… «¿una vez en dos años es a menudo?», diréis… bueno, una vez en el mes que pasó entre que me independicé, mi padre se dejó un cigarro encendido en la cama, murieron los dos horriblemente quemados, empecé a faltar al trabajo (una baja por depresión habría supuesto más psicólogos), me despidieron y tuve que dejar mi casa…

[…] (Hago una pausa para que lo asimiléis, que lo mismo lo he dicho un poco rápido…)

Ya. Sigo. Mis padres me dejaron un poco de dinero (muy poco), una casa muy quemada (vendida al ayuntamiento por, de nuevo, muy poco) y una segunda casa que tenían en alquiler… que podría haber vendido para conservar la mía, pero a la que me mudé, echando a los inquilinos: Ángel y Joel.

A esos dos les gustaba tanto el barrio que se alquilaron la casa de al lado.

Joel es un comercial (batería aficionado) no muy llamativo de lejos, pero muy guapo en las distancias cortas. Moreno de ojos claros, divertido, un poco misterioso… muy follable, resumiendo.

Ángel es un auxiliar de biblioteca (bajista aficionado) raro, mono, pero raro. La primera vez que hablé con él, me di cuenta al rato de que, en realidad, hablaba solo, aunque conmigo delante, y me fui sin decir nada… él dijo algo como «¡Ey! ¿A dónde vas?», pero no sin antes completar su monólogo… Raro.

(por cierto, bajista y batería… no me gusta la combinación… las noches en las que dan el coñazo casi me dan ganas de ponerme a cantar para darles algo más de melodía… bueno, vale, podría funcionar, pero Ángel y Joel no son Victor Wooten y Steve Smith…)

Pero bueno, que se me va el hilo (parezco Ángel, hablando sola).

La cuestión es que un día tuve esa sensación que decía al principio y decidí terminar con todo. Me tomé un bote de pastillas con una botella de vodka y me metí en la bañera, despertando en la cama de un hospital con Ángel al lado…

Rita: ¿Qué ha pasado?
Ángel: Dímelo tú…
R: Muy agudo… ¿Qué haces tú aquí?
A: No hay de qué… Te encontré inconsciente en tu bañera
R: ¿Y qué hacías en mi baño?
A: Sabía que estabas en casa, pero no respondías y entré para ver si te había pasado algo.
R: Y fuerzas la puerta de todas las que te ignoran, claro…
A: No forcé nada: iba a devolverte una llave que no me acordaba que tenía guardada.
R: Mira tú que olvidadizo…
A: Yo más bien diría oportuno… ¿En serio crees que esto es lo más importante de lo que podemos hablar ahora mismo?
R: Haber descubierto que vivo al lado de un acosador me parece bastante importante.
A: No soy un… ¿quieres que llame a alguien?
R: ¿A la policía?
A: Ya sabes a lo que me refiero…
R: Pues no hay nadie más a quien llamar
A: ¿Familiares?
R: Muertos
A: ¿Todos?
R: Los que conocía

(Algún día os hablaré de mi familia…)

A: ¿Amigos?
R: No
A: ¿Ninguno?
R: Bueno… no, ya no
A: La duda es esperanza… ¿en quien has pensado?
R: En unas amigas de hace mucho tiempo, pero perdí el contacto con ellas, no voy a llamarlas…

(No sé en qué momento ni por qué dejé de estar a la defensiva)

A: Háblame de ellas
R: Eran 3. Yo las llamaba mis «rameras»
A: Elegante apodo… ¿y eso?
R: Aparte de lo obvio, porque empieza por erre, como nuestros nombres
A: ¿Las 3 empezaban por erre?
R: Sí… cosas de la vida
A: ¿Cómo se llaman?
R: Déjalo estar…
A: Da igual. Me vale

(Y sacó un objeto del bolsillo)

R: ¿Qué es eso?
A: Tu móvil
R: ¿Y qué haces TÚ con MI móvil?
A: Buscar la erre
R: … Eso no es nada propio de un acosador…

Pero llamó… y vinieron…