Ruth y yo siempre nos hemos entendido bien, sobre todo, de fiesta. Pero para mí la fiesta acaba con la resaca de la mañana siguiente y ella sigue borracha y llena de sorpresas.

Justo antes de la apertura oficial (y justo después de la no oficial) de La Charade, me dio una de esas sorpresas.

Simplemente me levanté y fui hacia la cocina. La puerta de Ruth se abrió y educadamente saludé: «Buenos días, Ruth… Buenos días, Erny… Buenos días… mmm… yo me llamo Rita, encantada… Buenos días, ¡¿Renata?!…»

Antes de que a ninguno le diese tiempo a responder, y por miedo a que mi cocina empezase a parecer el camarote de los hermanos Marx, ya estaba saliendo de casa… en camisón. En esas circunstancias, sólo hay un sitio al que ir: la casa de tu vecino.

Así que llamé a la puerta de Ángel y… «Buenos días, Rebeca… mmm… ¿sabes si tienen azúcar por aquí?». «Eeeeeeh… voy a ver… sí, toma» (dándome un sobrecito con publicidad de una cafetería y con dos terrones).

Y allí estaba yo, en el patio de atrás de mi casa chupando un terrón de azúcar para desayunar e intentando no pensar en lo que chupan las demás, mientras intentaba enlazar la noche anterior con este absurdo despertar…

Esa noche habíamos celebrado una preapertura del local. Pusimos un anuncio para buscar interesados en trabajar con nosotras (camareros, porteros, técnicos, relaciones públicas, músicos que quisiesen actuar allí…) y, en vez de concertar aburridas citas y entrevistas, montamos una fiesta privada con los candidatos y unos pocos amigos (fue idea de Ruth: según ella es imposible que alguien que trabaje en un bar no beba algo, así que es bueno verles bebidos desde el principio). Entre esos amigos, e invitados por mí, estaban Ángel y Joel. Después de todo, había que agradecerle a Joel de alguna forma el enchufe de Ruth en su empresa y qué menos que invitarle a unas copas (bueno, vale, quizás también es de agradecer que Ángel me salvara la vida, pero eso fue de casualidad, y sigo sin confiar en alguien que entra en mi casa sin permiso). Además, ¿os he dicho ya que Joel está muy muy follable? (creo que sí que lo había mencionado, ¿verdad?).

En cuanto vimos a Erny nos convenció como portero. Era fornido y tenía tanta autoridad como templanza, pero no era un nazi hinchado, más bien era un tío que quería ser Elvis Presley pero al que le salía Makinavaja. A Rebeca le pareció buen profesional, a Ruth le divertía, a mí me resultaba tierno, y a Renata la ponía tierna…

Ruth se encargaba de hablar con camareros, porteros y relaciones públicas, Renata con los técnicos, y yo con el personal para el hotel y con los músicos (con los que debería haber hablado Rebeca, por cierto, pero estaba distraída).

Normalmente Rebeca es muy controladora y está muy atenta a todos los detalles (la consideramos la jefa… o, al menos, se lo hacemos creer para que no nos estrese), pero esa noche prefirió dedicarse a hablar con Ángel y Joel, aunque este último iba dando paseos mientras su compañero de piso y mi socia se reían, se tocaban, tonteaban, se contaban sus cosas, se conocían mejor… que a mí me importa un bledo, pero ella tenía que hablar con los músicos (y un bajista aficionado no cuenta).

Por alguna razón (o aunque no la hubiese), a Ruth no le costó nada convencerme esa noche para que le siguiera el ritmo alcohólico… Recuerdo que Renata parecía una niña de 15 años intentando hablar con Erny, mientras él le proponía guarradas a Ruth y ésta me hablaba de un adonis argentino, moreno y de ojos claros que iba a ser uno de nuestros camareros. Yo pensaba que o, de forma ideal, Renata se llevaba a Erny a su casa (esperando que su madre no estuviese despierta) y Ruth se piraba con el argentino, o, menos idealmente, Erny se llevaba a Ruth… No recuerdo nada más, pero ahora sé que soy poco imaginativa.

Y tras este borrosísimo flashback, volvía a mi desayuno con terrones hasta que mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz masculina… y argentina:

Andrés: Hola. Te he visto desde la ventana de la cocina. Perdona por no haberme presentado antes, aunque has salido demasiado rápido… y perdón también por invadir tu casa. Me llamo Andrés.
Rita: Encantada, Andrés (y tan encantada… ¡qué ojazos!), y no te preocupes…
A: Oye… ¿te traigo un café?
R: Vale… sin azúcar, por favor, que ya lo pongo yo.

Eso último lo dije señalando el terrón que aún me quedaba y viendo como me sonreía en respuesta con su perfecta dentadura… Vale, vivir con Ruth no está tan mal…