La noche de la inauguración de La Charade había sido una locura, en la que algunas cosas, que en otros momentos podrían ser importantes, parecían secundarias.
Ni siquiera me acordaba de que Ruth me había dicho que un chico estaba preguntando por mí. Sí recordaba a Ángel, hablándome de cómo había acabado llevándome unos días antes a mi casa completamente borracha, aunque no dejé que se explicase demasiado bien, al estar pendiente del brote pirómano de mi amiga Renata.