Callé.
Me mordí la lengua con tanta fuerza que sentí el sabor metálico de la sangre inundando mi paladar. Mis puños, cerrados, temblaban de manera involuntaria. De hecho, ni siquiera fui consciente del dolor de mis uñas clavándose en mi carne: mi mente estaba totalmente concentrada en no abrir la boca. Ni siquiera podía dejar de apretar los labios, volviéndolos pequeños en mi rostro, tanto que desaparecían presas de una furia contenida…